3.11.10

el escape

Derramé la taza de café sobre mis pantalones, el azúcar sobre la mesa; dejé caer mis llaves al abrir la puerta del carro. - No estoy en condiciones para manejar - pensé, pero ya era demasiado tarde para buscar una solución.
Prendí un cigarro, el humo invadió mis pulmones, placebo convertido en cilindros; sentía con cada bocanada un poco de tranquilidad. El iPod parecía entender lo complejo de la situación “Do you bury me when I'm gone? Do you teach me while I'm here? Just as soon as I belong, then it's time I disappear”.
- No te detengas - pensé - no hasta que llegues, no voltees - la luz roja me hiso pisar el freno, el chillido del metal me regresó de pronto a la realidad. El reloj naranja del carro me decía que eran las cuatro de la mañana, el miedo me inundó cuando vi las luces de una camioneta que se acercaba a toda velocidad. Revisé la guantera - tres mil pesos, con esto llego a Chihuahua - me dije.
Por fin el verde, el penetrante olor del caucho quemado lo inundó todo. Tres cuadras antes de tu casa llamé. - No me contestes, no me contestes - tu voz me
partió el corazón, hacía un mes que no sabía nada de ti, así me lo pediste y lo intenté respetar pero ahora no podía darme el lujo de pensar que estarías a salvo.
- Perdón - dije con un hilo de voz. Creo que no fue necesario decir nada más.
-¿en cuánto tiempo estas aquí?
- 3 minutos
Colgaste el teléfono, llegué a tu casa, la reja estaba entreabierta y tú esperando detrás del mismo pilar donde nos escondíamos cuando regresábamos de un día pesado o feliz y nos besábamos por unos minutos antes de que entraras.
Te subiste al asiento del pasajero, la ciudad estaba sola, parecía que nadie sabía lo que estaba por ocurrir.
- ¿Traes tu pasaporte? - tu voz siempre me había calmado y esta vez no era la excepción.
- Espero que podamos llegar a la frontera -
Te bese así como hacía mucho tiempo no lo hacía - perdón por todo esto, amor. No quería que nos viéramos nuevamente bajo estas circunstancias. Esperaba, en definitiva, que regresáramos pero no así.-
No dijiste nada por algunas horas y no te culpo, con cada carro que pasaba el semblante te cambiaba, mis
manos se aferraban al volante como si eso fuera a protegernos. - Hay un revólver bajo el asiento- No dije más.
Cuando llevábamos unas horas de no encontrarnos con ningún otro carro, volteé de reojo y vi como las lágrimas no se detenían - no es tu culpa, siempre estuvimos las dos en esto y esperaba que no tuviera que llegar a tanto pero bien lo sabía. Lo único que me duele es no poder decir adiós.-
Llegaron a El Paso y, unas horas después, llegaron también dos camionetas negras que las habían seguido por la carretera libre. Después de unos días las camionetas regresaron. Ellas desaparecieron en una tierra extraña o en un cielo infinito o. tal vez, en un infierno complejo.

1 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

Si todas las noches de fugas se pudieran narrar así habría más de un coche perdido en el norte, buscando palabras para que su historia se contara así.
Me gusta:D

8/11/10 20:52  

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